El Apéndice del Diablo.


                                                       

                                                             El Apéndice del Diablo.



        El filo de una navaja oxidad en la garganta, me deja entregado. Una ventana abierta y ese descuido que produjo toda esta situación. No es extraño cuando te acostumbras a la tranquilidad y de repente, aquella inesperada presencia que me tenía en sus manos, mientras mi corazón se exaltaba ante lo que pudiera pasar. No sabía cómo decirle que no tenía dinero ni algo de valor en la casa, así que solo respondí con una interrogante:

¿Te has percatado lo que estás haciendo? Nunca salgas a robar sin antes verificar que al que robas tiene el dinero que buscas.

El muchacho temblaba ante mi pregunta y mi tranquilidad lo puso más enfadado. Sentí como aquel filo se hincaba con mucho más fuerza, mientras me exigía que le diera todo lo que tuviera de valor.

Muchacho, todo lo de valor que tengo son mis pelotas para decirte la verdad y que te largues antes de cometer una locura, de la que no hay vuelta atrás.

Mire viejo, me susurró en el oído. Sé que has vendido una casa y que guardas el dinero en algún lugar.

Te equivocaste de casa. Mi vecino es quien vendió una de sus propiedades. Es la casa de al lado la que buscas. Pero vamos ha hacer las cosas bien. Tú quitas esa cosa de mi cuello y yo te cuento los detalles. Quizás podamos hacer negocios después de todo.
Después de un rato, bajó su cuchilla y la puso frente a mi pecho, en punta y preguntó:

¿Cómo se que me estás diciendo la verdad?

Mira por ti mismo. Revisa todo lo que quieras, pero aquí no está lo que estas buscando. Esta en aquella casa, donde el auto blanco está estacionado en la puerta del portón grande.

Espera, no vayas a mirar así no más, le dije. Primero apaga la luz y luego corre levemente la cortina. Son vecinos nuevos. No los conozco muy bien, pero si estoy seguro de que tienen plata. Mucha plata.

¿Quieres hacer negocios conmigo abuelo? Ni de mierda.

Ok, entonces no te diré sus actividades estos últimos siete días que estuvieron aquí. Esa información es fundamental si quieres atracar una casa. Conocer sus movimientos. Cuanta gente vive en la casa. A qué hora entran y salen. Quien más sabe de ellos. Familiares, personas del barrio. Visitas. Fiestas. Podrías entrar porque si, ahora, en medio de la noche y no tienes idea de que hay dos perros que no acostumbran ladrar. Son más obedientes que un sobrino que tengo. Pasean por el parque dos veces al día, solos, sin que nadie se los ordene. Eso dice que están súper entrenados. Por las noches, entran a la casa y patrullan más seguido que la policía. Tienen un detector de movimiento en la entrada y cámaras en todas partes. Dos al frente, dos en el patio trasero y dos dentro del primer piso. En el segundo están las habitaciones. Dos para los pequeños, un baño familiar y la alcoba principal, donde solo está la mujer. Su esposo, el dueño del auto blanco llegó hace casi media hora. En diez minutos más va a salir por última vez. Solo tardará cuarenta minutos. Va hasta los suburbios. Creo que esta en negocios sucios de droga. Si estoy en lo cierto, ese tipo es un capo mafioso o el esclavo mayor de otro peor. No creo que quieras entrar a robar su dinero. Ni siquiera sabes de la caja fuerte detrás del cuadro de Quinquela Martín. ¿Sabes algo de pintura?

Es un cuadro llamado, Crepúsculo en el astillero. Una réplica por supuesto o quizás el original, aún no lo he visto bien de cerca.

Y ¿de dónde sabes tú todas esas cosas? ¿Acaso quisiste entrar? preguntó el idiota.

Por supuesto que voy a entrar. Tengo una semana estudiando todo al detalle. Solo que aún tenemos tiempo, si es que quieres compartir el botín conmigo.

A lo que el reo comenzó a reírse como un verdadero infeliz.

Mira abuelo, yo me enteré de esa guita por un amigo que está pidiéndome una parte grande del botín. Ahora ¿quieres que yo comparta contigo algo que ni siquiera se aproxima a mi cambio? Estás loco.

Bien. Entonces mátame, porque yo si voy a entrar por él. Y soy el que está mucho más entrenado que tu para hacerlo.

Dividimos en dos y el otro que se cague.

Viejo, tú sí que estás loco. Raúl dirige el bar de Tony, ¿sabes quién es Tony verdad?

Conozco a Tony. Fuimos juntos a la escuela. Ambos teníamos futuro estudiando, pero también nos echamos a perder por los mismos placeres.

No puedo fallarle a Tony. Me encontraría antes de que pueda gastar un centavo de ese dinero. No puedo hacerlo.

Entonces, el hombre salió de su casa y se subió al auto. Eran las ocho y cuarenta y cinco.

¿Ves? tal y como te dije. Se va a los suburbios. A las diez y treinta más tardar está de vuelta.

Entonces el idiota comenzó a mirar por la ventana.

¿Lleva ropa deportiva no es así? y un bolso gris.

Si, tal cual. ¿Que tiene en el bolso gris?

Quizás solo lleve drogas. No creo que sea dinero. El la distribuye amigo. Ya te dije, no se puede tocar a esta gente. Creo que el problema que tú tienes, yo lo puedo arreglar para ti. ¿Qué te parece?

¿Cómo piensas arreglar mi problema?

No siempre fui un viejo muchacho. Tengo 61 años y tampoco fui lechero toda mi vida.

¿Y, que piensas hacer?

Prepárate. Iremos a visitar a Tony. Tú no entrarás, solo te quedaras en el auto, sin que nadie te vea. Yo soluciono los problemas y luego damos el golpe de la casa. Debe haber unos treinta o cuarenta millones de dólares en esa caja fuerte, eso te lo garantizo. Tú dime quien más sabe de esto y mientras lo arreglo, puedes ir pensando que harás con 15 millones de dólares.

El muchacho dudo un segundo, pero luego accedió. Entonces me preguntó:

¿Y que, acaso no tienes un arma?

Claro que la tengo.

Y ¿dónde está?

Entonces le mostré mi cuchillo, que saqué de mi manga tan rápido que apenas me vio moverme. Esta es mi única arma. Un cuchillo de exploración. Treinta centímetros de dolor intenso, dos segundos de vida.

¡Demonios viejo! y ¿dónde estaba eso cuando yo te estaba por degollar? pregunto el pibe.

Justo con la punta en tus pelotas. Que, ¿acaso lo sentiste?

Y mientras se le borraba la cara de estúpido subimos al auto y salimos hacia el bar de Tony.

El viaje fue todo un interrogatorio de quienes sabían y de quienes sospechaba el que sabían del atraco. El pensó que solo Raúl y Tony. Pero por supuesto que todos sabían de esto.

Llegamos. Ahora mantente lejos de la vista. No bajes del auto. Si te ven, van a preguntarte del dinero y se terminará la historia.

Ok dijo el muchacho y se sentó en la parte trasera. Oye, si crees que con un cuchillo vas a matar a Tony, estas de la nuca. Hay por lo menos media docena de hombres armados en ese bar.

No voy a matar a nadie, solo hablare con el de negocios.

¿Qué dices viejo? ¿Y ahora me cambias el plan? Me dice airado.

Escucha niño. Esto siempre es igual. Tu, ahora eres mi socio activo. Antes solo eras quien iba a entrar a robar el dinero. ¿Qué garantizaba que cuando le dieras la parte a Tony, no te volaría los sesos, delante de sus hombres y se quedaría con todo el botín?

Ahora va a hablar conmigo. El conoce mi reputación. Yo soy la garantía que tienes y de que todo saldrá como él quiere.

Está bien.

Tu solo relájate y sigue el juego. Tony cree que solo hay unos cientos de dólares ahí. Y eso es lo que él va a recibir. Quedará conforme. Yo haré el trabajo y compraré tu vida, para que no tengas que perderla por nada. Cuando nos vayamos. Ambos tendremos mucho dinero y nadie va a rastrearnos. ¿Ok?

Si, si, si está bien.

Bien muchacho. Espérame aquí.

El bar de Tony estaba lleno esa noche. Había gente de él por todas partes. Me senté en la barra y pedí un trago. Vodka sin hielo. Lleno hasta arriba por favor. Mientras me preparaban el trago, me fui al baño.

Tres hombres me siguieron, lo que decía que ya sabían quién era.

Tuve que improvisar. Antes de que el primero se diera cuenta de que estaba muerto, los otros estaban tan cortados que solo se tumbaron para verme salir del baño.

Tres menos.

Ahora tenía dos armas 9 milímetros y mi fiel cuchilla. Fui por mi trago, y mientras lo hacía, pude identificar cuatro más que no dejaban de verme y de mirar el baño. Dos se acercaban a mí. Los veía por el espejo. Y dos más fueron hacia el baño. La escalera que conducía a Tony estaba sin vigilancia abajo, pero supuse que habría al menos dos más, esperando en la puerta, en el segundo piso. Coloqué una de las pistolas sobre mis piernas y puse un silenciador. Tomé un cigarrillo y dije al cantinero:

Raúl, ¿tienes algo de lumbre?

Y el cantinero sonrió y dijo:

¿Te conozco viejo? A lo que contesté:

No lo sé, tú si eres conocido. Atiendes la barra de un bar ¿verdad?

Entonces sonrió y se acercó con su encendedor de bolsillo para encenderme el cigarro. Justo cuando los dos hombres estaban por detrás de mí. Entonces dejé caer el vodka sobre el mostrador de madera y clavé la mano de Raúl en el mostrador con mi cuchilla. Encendí fuego la barra y cuando todos empezaron a salir del bar apresurado, confundido por las llamas, liquidé a los dos que venían detrás de mí. Luego puse una bala entre las cejas de Raúl y tomé mi cuchilla. La lancé desde donde estaban a uno de los que salían del baño armado y el otro lo maté de un tiro certero en la frente. Tomé la botella de vodka que estaba junto a mí, y puse una servilleta de tela en la boca de la botella. La encendí y la arrojé sobre las demás bebidas sobre la letrina y todo empezó a arder. Caminé hacia las escaleras y como había imaginado, dos hombres bajaron para ver lo que pasaba. Ambos murieron casi inmediatamente. Tomé el cargador de uno de ellos y subí por las escaleras. Me paré junto a la puerta y golpee tres veces. Alguien abrió con su llave desde adentro. Cuando lo hizo, apoyé el arma en la puerta y disparé. Con suerte le di en la cabeza. El arma en una mano y la cuchilla en la otra. Disparé en la pierna de uno de los que se aproximaba a mí y a los otros dos tiros en el pecho. Cuando pasé a la sala, arrojé mi cuchilla sobre el que estaba en el suelo, arrastrándose. La cuchilla penetró la nuca y se clavó en el parquet. Frente a mí, Tony estaba paralizado viendo la escena y dubitativo por tomar de su cajón de escritorio un arma para defenderse, pero fue tarde.

Le disparé en ambos brazos y luego, cuando cayó recostado en la pared, en ambas piernas.

Solo voy a hacerte una pregunta. Si me dices la verdad, juro que me iré y te dejaré que sigas con tus sucios trabajos. Quien te contrató para asaltar la casa de la calle 6.

El hombre estaba muy moribundo, primero me mandó a la mierda.

Entonces fui por mi cuchilla, la limpié en el saco del occiso. Puse la punta de aquella daga letal en la herida de su pierna y le hice una abertura hasta la rodilla y dije:

La próxima va a subir hasta tus pelotas. ¿Quién te dijo que había dinero en aquella casa?

Fue Esteban, un maldito que trabaja en bienes raíces. El nos informa cuando hay una venta grande.

Esteban. Bien, donde lo encuentro ahora.

No tengo idea donde vive él, por favor, no me mates. No sé donde vive.

Pero si lo llamas por tu celular, no es así. Pásame el celular por favor.

Es el que está sobre el escritorio. Por favor no me mates.

Deja de decir por favor o te meto un tiro en el oído.

Llamé a esteban y le dije. Escucha, todo salió mal. La dirección que me pasaste es un fiasco. No había dinero en esa casa.

¿Quién habla?

Soy Pedro, el asistente de Tony. El no quiere hablar contigo. Esta desilusionado con vos. Quiere matarte. Mejor me pasas bien la dirección ahora mismo o mando a todos a tu casa.

Ok, ok. Dame un segundo. Nos vemos en la inmobiliaria en veinte minutos. Ahí tengo los datos. Escucha, no entres, solo espérame en la puerta. No quiero parecer un chorro de cuarta.

Está bien Pedro, dile a Tony que.

Y corte antes de que pudiera hablar.

Veinte minutos en la inmobiliaria. ¿Cuántas inmobiliarias hay en esta ciudad?

La dirección está en su perfil, en mi teléfono. Dijo Tony, que ya había perdido mucha sangre.

Entonces me acerqué a él, mientras escuchaba la sirena de los bomberos y le dije:

¿Algo más?

No, solo no me mates y yo no volveré a meterme contigo, seas quien seas.

Entonces apoyé mi arma en su oreja y le dije:

Te pedí que no pidieras más que no te matara ¿verdad? Y disparé dos tiros en su oído. Limpié las armas y las arrojé entre los cadáveres de la planta alta. Luego escapé por la escalera de incendios y me volví al auto por el callejón.

El muchacho estaba aterrado. No supo qué hacer cuando me vio llegar.

Pero ¿Qué mierdas ha pasado?

Parece que Tony no quiso hacer trato. Le rogué que me escuchara, pero ni modo. ¿Sabes quién es esteban?

No, ni idea. Contestó el pibe.

Bien, vamos a verlo en este instante. Él va a ser quien nos de la información para saber que casas hay que robar.

Hablo con él y vamos a hacer el atraco. Mañana a esta hora te estarás tirando tres mujeres en un penthouse. Mucho Whisky y si quieres las drogas que te plazcan. Acomódate, que esto no va a demorar mucho.

Eso es lo que dijiste con Tony y mira el incendio que causaste. Me dijo el muchacho.

Yo no causé ningún incendio amigo.

Diez minutos después estábamos en la inmobiliaria. Esteban estaba parado frente a la entrada y ya había sacado los cerrojos de la puerta. Vamos, le dije al muchacho, tienes que bajar conmigo, si quieres ser socio.

Bien, así se habla viejo.

¿Pedro? Entren por favor. Dijo Esteban.

Noté que afuera estaba mojado y vi huellas de varias pisadas entrando hacia el interior. Sabía que habría problemas, así que no demoré en tomar a esteban por la espalda, con mi brazo alrededor de su cuello.

El muchacho dijo: Vamos viejo, ¿qué intentas hacer?

Entonces le pedí al muchacho que encendiera las luces del local. Y ahí estaban ellos. Tres hombres fornidos con sus armas apuntándonos.

Bien señores, solo vinimos a hablar de negocios. Tony ya no está entre nosotros y por lo que veo, esto no es solo una junta de doble a. Esteban, di a tus muchachos que bajen sus armas. Entonces todos bajaron sus armas. Yo dejé a Esteban tranquilo y pasamos al fondo, a una oficina privada.

Bueno dije, vamos a hacerla corta. Nosotros hacemos los robos y ustedes nos dicen donde. Es sencillo y muy fácil. Yo soy ladrón profesional. El muchacho es mi aprendiz y socio. Tony ya es historia pasada.

¿Dónde está Tony? Preguntó Esteban.

Esta muerto. El y sus hombres. Así que ustedes deciden. ¿Hay trato o no hay trato?

Bueno, hay alguien más en el círculo. Dijo Esteban. El comisario de la ciudad y dos de sus ayudantes. Es imprescindible su apoyo. Cuando notifican de un robo, el se encarga que al poco tiempo se archiven los expedientes para que nadie nos busque. Solo ellos y nosotros. Dijo Esteban.

Está bien, quiero asegurarme de que sepamos bien quiénes somos. Llama al comisario y que venga con sus dos compañeros. Vernos las caras, va a dejar las cosas bien claras ¿no les parece?

Está bien, dijo Esteban y llamó al comisario.

Mientras llega, me gustaría saber sobre la última dirección. Hubo un error en esa y no quiero errores.

Entonces Esteban sacó unos formularios y dijo la dirección. Ameghino 453, en la calle 6, una casa de dos plantas. Bien, eso dice todo ¿no es verdad muchacho? Ameghino 453 está detrás de mi casa, no en la casa de al lado. Esa es otra calle. Le dije al pibe que agachó su cabeza, en señal de que se había equivocado mal.

Entonces, las luces de un patrullero se encendieron en la entrada. Al parecer, el comisario y sus ayudantes ya estaban entrando.

Ok, ahora que estamos todos, Esteban les va a decir como serán las cosas de ahora en más.

Entonces Esteban empezó a decir. Estos dos son los que de ahora en más se van a encargar de los atracos. Yo voy a marcar las casas y ustedes nos cubren a todos.

Espera, dijo el comisario. A ti te conozco cabrón. Señalando al viejo.

Tú eres al que llaman diablo. Ex soldado de las fuerzas Israelíes. ¿No es verdad?

Dicen que tu solo te cargaste a veinte hombres Afganos en una mansión y que mataste al cónsul con tus propias manos.

Eso fue hace treinta años. Le dijo el viejo. Ahora solo quiero una pensión para mí, más gratificante.

Te cargaste a Tony y todos sus hombres ¿no es así? dijo el comisario.

Bien, hablemos de negocios. Tengo que ir a cambiar mis pañales para adulto.

Entonces los oficiales que acompañaban al comisario salieron de la oficina, junto con los tres hombres de Esteban. Cuando el muchacho iba a salir también, el viejo le dijo No, tú te quedas conmigo. Entonces noté que había una cocina pequeña para calentar café y le dije al muchacho:

Porque no preparas algo de café, intentaré ser breve pero me gustaría una taza después de todo, el trabajo de hoy se echo a perder.

Pero, como que se echo a perder, dijo el comisario.

Si, agrego Esteban, la dirección estaba mal interpretada y Tony se equivocó.

Yo me eché a reír y dije:

Que tan pronto mueres y alguien antes de velarte, ya te está echando la culpa de algo.

Cuando el comisario se sentó, estando todos solos en esa habitación cerrada, tomé al comisario de la tráquea con mi mano izquierda y la cuchilla la enterré en la garganta de Esteban. Hasta que este murió.

El comisario no soltaba mis manos, así que puse mi cuchillo sucio en su vientre y le dije, mirándolo a los ojos, mientras el muchacho permanecía congelado, tomándose la boca del susto.

¿Cómo supiste que me llaman el diablo? Te voy a contar porque me dicen el diablo. Porque cuando me ves, estás muerto.

Y enterré el cuchillo bajo sus costillas hasta tocar su corazón y quedó muerto ahí, en la silla de aquella mesa.

Mire al muchacho y le dije, lo siento niño, estas cosas son solo de hombres. Y le tapé la boca y lo degollé sin piedad alguna.

Soplé la llama de aquella cocina y deje que el gas escape por toda esa habitación. Apagué la luz y cuando salí por la puerta dije:

Alguien que me dé una mano, al comisario le dio un ataque cardíaco. Todos se abalanzaron a la habitación y fui derribándoles mientras estaba en medio de ellos como si fueran figuras de papel.

Todos estaban muertos. Encendí con mi nuevo encendedor marca Raúl, la cortina de la entrada al local y me fui de allí.

No había hecho cien metros cuando explotó la inmobiliaria.

                Al día siguiente, salí como todas las mañanas a recoger el diario a la puerta de casa. Mi vecino volvía a salir al trabajo. Levantó su mano y me saludó:

Hola papá, ¿Cómo estas hoy?

Bien hijo. ¿Cómo están las chicas?

Muy bien. Ayer fui a jugar al futbol un rato.

Si, como todos los viernes hijo. El deporte fortalece los músculos.

Si, es verdad. ¿Te esperamos esta noche para cenar?

Seguro hijo, como siempre.

Ah, ese cuadro que nos regalaste... es una pintura original ¿lo sabías?

Claro que lo sé, disfrútenla, es uno de los mejores retratos de un pintor, al que admiro mucho.

Entonces mi hijo me dijo algo gracioso.

Tenías razón, este barrio es tranquilo y seguro.

Y así va a seguir hijo, tranquilo y sin novedad en el frente.

* Dedicada a mi padre, Luis María Saavedra, un policía ejemplar retirado, pero que sigue       velando por aquellos que ama.

                                                                        FIN
Por: Luis Sadra.


                                                                                                                                                    Copyright ©                           
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Comentarios

  1. ¡Ufff! Qué increíble relato! Me gustó la acción trepidante, y el desenlace, bueno, no me lo esperaba. Excelente, amigo.

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