El Vengador de la Sangre.


“La venganza es el poder de los dioses”
-Este es un relato de ficción. Cualquier semejanza con sucesos de la vida real, son meras coincidencias.-



                    Algunas personas caminan hacia la tormenta. No se ocultan de nadie. Solo escapan de sí mismas. Se adentran en sus propias sombras, para alejarse de aquel pasado penitente que los condena. Pero aquella oscuridad regresa vez tras vez, hasta que te das cuenta, lo inútil que es intentar desaparecer en la más profunda niebla.

Atrapado en este bucle incierto de tiempo, donde nada parece estar en armonía con la realidad que se muestra ante mí, siento que debo guiarme por mi instinto más que por mi razón.

En algún tiempo fui un soldado. Luché contra un enemigo poderoso. Pero no prevalecí.

Aún puedo sentir la estaca de una bayoneta en mi vientre, como un fuego que me quema a través de la historia y que jamás se extingue.

La soledad es mi aliada, mientras los pájaros huyen de mí. Soy un alma en el limbo que pregona su propia leyenda, en calles vacías, y sin rumbo.

Me atormenta pensar en aquellos que quedaron atrás. Luchando contra fantasmas arrastrados por un viento vagabundo, que se pierde en las pisadas que abandono tras de mí.

Hoy solo me queda el silencio entre tantos susurros. El vacío dentro del vacío que me acorrala cada noche, cuando el cielo se torna en un azul oscuro impenetrable.

¿Será que alguna vez pueda regresar al mundo de los vivos?

Lo único que me queda es seguir equilibrando la balanza. Solo así mi alma encuentra un poco de paz, mientras deambulo en esta realidad tan distante.

Mientras la noche se hace fuerte en el espacio que me circunda, soy la última esperanza de alguien, que clama enmudecida por ayuda.

Bajo por aquellas escaleras, descendiendo al infierno, solo con mi arma y aquella ambición de terminar con aquellos que no conocen la justicia.

Soy un espíritu que se alimenta de la venganza. Que busca y encuentra en la muerte una razón para celebrar la vida.

Diez contra uno no es valentía. Asesinar a alguien que solo existía para hacer el bien a los demás no te compra un lugar en el cielo. Y la justicia del hombre se marchita en tribunales que perecen sin dar señales de verdadera justicia.

Entonces encuentro el camino que me lleva a estas mierdas. Atrapadas en custodia, amparados por el dinero que tienen, pero que no van a poder comprar la justicia que hoy les traigo.

Me visto con el uniforme de un guardia de seguridad más en aquella prisión y pronto entro en aquella celda donde estos están.

Llevo con migo una bandeja con tragos de alcohol.

Cuando entro, todos se quedan callados por un momento. Se miran entre ellos sin saber que hago ahí. Cierro la puerta del calabozo y me paro en medio de ellos, mirando aquellos rostros frágiles que no entienden nada. Entonces uno de ellos, impaciente pregunta:

¿Hay algún problema oficial?

Ninguno. Solo pienso que hoy se merecen este trago. ¿Cuánto hace que no toman un buen trago de cerveza desde que están aquí?

Y mirando sus caras, pongo la bandeja sobre la mesa y digo:

Espero que no digan a nadie que les traje esto. Los envía sus padres, que están fuera, velando porque estén bien.

¿Esto lo envía papá? seguro fue él. Quien más arreglaría algo tan bueno para nosotros.

Y comenzaron a beber todos. Cada uno un vaso de cerveza hasta el tope. Mientras tomaban, les pedí que brindaran y todos concordaron en un brindis.

Por la pronta libertad de todos. Salud. Hasta el fondo.

Luego uno de los presos me preguntó:

¿Quién de los padres me pagó para que nos trajeras estas cervezas frías?

No respondo nada y sigo mirando a cada uno a los ojos. Hundiendo mi mirada en sus rostros vacíos.

Mi silencio los inquieta, pero no saben qué hacer, como actuar. Entonces pregunto:

¿Quién de ustedes fue el que lanzó el primer golpe?

Todos se miran, sonriendo, como diciendo ¿Qué clase de idiota se cree que somos? ¿Crees que por una cerveza nos traicionaríamos?

Entonces alguien dice:

¿Has venido hasta aquí para preguntarnos eso? La verdad es que, no sabemos porque estamos aquí, detenidos. Queremos salir de aquí. Si va a haber un juicio, entonces queremos estar en nuestras casas, con nuestras familias.

Seguro, respondo. Como aquel pobre pibe, que salió con ustedes y que no había hecho nada malo.

Bien, yo les voy a contar una pequeña historia.

Resulta que diez estúpidos cobardes, se ofendieron por un trago derramado y perpetraron una idea. Vamos a terminar con este infeliz y a engrandecernos porque somos feroces y nadie nos pone en ridículo ante nadie. Pero les salió muy mal. Porque si bien lograron lastimar hasta la muerte a ese pobre niño indefenso, jamás recapacitaron y se volvieron inmunes en su propio silencio. Y aquel niño terminó muriendo, mientras su sed de muerte se hacía incontenible en la calle. Intentaron disfrazar la escena. Intentaron salirse con la suya, muy a pesar de que en el suelo, la sangre derramada clamaba en el espectro del aire que nadie más podía escuchar. Pero yo si escuché. Fui alertado por aquel clamor que encegueció mi espíritu y me condujo hasta ustedes. Hoy, voy a darles la oportunidad de hablar. Y no creo que sea poco doloroso. De hecho, les va a doler muchísimo.

Entonces un joven intentó pararse, pero la droga que les di, los dejó absolutamente inmóviles, pero alertas.

¿Saben algo? nadie viene a esta celda a esta hora. No pueden moverse y yo tengo algunos juguetes para usar con ustedes, solo porque hurgaron en el lugar equivocado. Siempre hay un ángel vengador que tiene que hacer el trabajo sucio con mucha prolijidad y arte. Voy a empezar con vos. Entonces tomé al muchacho de los pelos y lo arrastré hasta un rincón. Saqué una punta de unos ocho centímetros y la hundí en su oído hasta que la expresión de su rostro se deformó ante la mirada atónita de todos. Murió temblando en el suelo. Sus piernas saltaban del piso, porque no podía defenderse y el dolor lo consumía lentamente.

Ahora quien sigue es el más grandote. Me encanta ver como alguien fuerte no puede hacer nada para evitar que alguien le patee la cabeza hasta que la masa encefálica sale por la boca, la nariz y los ojos. Entonces comencé a patearlo frente a todos, y los sesos comenzaron a salirse de su cuerpo, por todos los orificios de su cabeza. Los demás no dejaban de mirar. Las lágrimas de todos brotaban de sus ojos, pero estaban paralizados. Uno de ellos perdió el conocimiento. Tal vez porque podía anticipar lo que le esperaba, pero no me detuve.

Uno a uno fue muriendo lentamente, con mucho dolor. Cuando ya todos estuvieron muertos, entonces, saqué un cuchillo muy afilado de entre mis ropas y corte sus inmundos cuerpos. Colgué sus extremidades en los muros de aquella jaula hasta que ya no se sabía de quien era cada extremidad, porque el muro estaba completamente cubierto.

Entonces me saqué toda la ropa y me quedé desnudo frente a mi propia obra de arte.

Entonces, un guardia de seguridad sintió el silencio y golpeó preguntando:

¿Está todo bien ahí dentro?

Entonces yo le contesté:

Oficial. ¿Alguna vez tuvo un mal sueño que no lo dejó dormir durante días?

El oficial me respondió.

¿Qué ganas de boludear tienen a esta hora de la noche. Guarden silencio, como hasta ahora y dejen de joder o les enciendo la luz por tres horas.

Entonces le dije:

Hoy es ese día, oficial.

¿Qué día? ¿De qué estás hablando? ¿Quién es?

Hoy es el día en que sus sueños se hacen pesadilla y no van a dejarlo dormir por mucho tiempo.

Ah, ya cállate y vuelve a dormir, o te voy a reportar. Entonces él se alejó y yo salí de aquel lugar. Atravesé la puerta de entrada, abrí la puerta principal y caminé desnudo unos metros.

Entonces, los oficiales de guardia me vieron desnudo saliendo del centro de detención y me ordenaron parar.

Cuando paré, ellos me apuntaban con sus armas, creyendo que era uno de los muchachos que se estaba escapando, pero no, cuando volteé, ambos se quedaron paralizados por lo que veían y bajando sus armas me dejaron ir, hasta perderme en la oscuridad del lugar y ya jamás volvieron a verme.

Enseguida, entraron para verificar que los presos de aquella celda estaban todos y entonces sintieron el olor de la sangre, penetrando por sus narices y provocando que vomitaran. Sonó la alarma del lugar. Las luces se encendieron en todo el pabellón y lo que vieron esa noche, no los abandonó por el resto de sus vidas. La escena era muy tétrica. Los cuerpos mutilados adornaban los muros de aquel pabellón. Extremidad sobre extremidad. Sangre por todo el piso y diez cabezas decapitadas en fila frente a la puerta era el saldo de mi visita esa noche.

Cuando la fiscal llegó, junto con los abogados y el personal de la penitenciaría, los dos oficiales contaron su historia.

Vimos a un hombre afuera. Saliendo de este lugar y pensamos detenerlo, pero cuando se volteó hacia nosotros, era aquel muchacho.

¿Quién? ¿Qué muchacho?

El niño que estos asesinos mataron aquella noche. No podíamos creer lo que veíamos. Juro que era él. Estaba completamente desnudo, en medio de la calle.

Un momento. ¿Ustedes dicen que la persona que vieron era el muchacho asesinado?

Entonces, la cordura de los dos oficiales ya no era sostenible en su relato y ambos quedaron en shock.

A veces, la mente logra hacernos ver algo que no es real. Nos juega esa mala pasada, donde algo totalmente ilógico aparece como una visión ante nuestros ojos y nos deja perplejos.

Efectivamente no era aquel muchacho asesinado, era yo el que jugaba con sus mentes.

La venganza es un plato que se sirve frío. Yo soy el que venga y nadie puede zafarse de eso.

Ahora, mientras el vacío vuelve a arrastrarme por sus calles agónicas, vuelvo a prepararme para salir. Porque la justicia es una falacia, pero para mí, es una realidad que mantiene mi equilibrio y absolutamente vivo.


                                                                  F I N.

                                                                                                                              Por: Luis Sadra.


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