El Asesino Fantasma



                                                               El Asesino Fantasma

El error. Ese imperceptible acto involuntario, que termina devastando estructuras prolijamente elaboradas. Un pequeño desliz que no logramos percibir y que se cobra en oro, aquello que creíamos perfecto desde su fundamento.

Esta es la historia de Luis. Un hombre con una enfermedad, que él mismo agazapaba entre sus sombras, para parecer una persona normal. Él adormecía aquel monstruo en su interior, que aunque sabía de su existencia, jamás le permitió ver la luz.

Un día, Luis se dirigía a pagar unos impuestos al banco y tomó por una calle muy poco transitada. De pronto, una camioneta gris se detiene bruscamente frente a él y cuatro personas lo someten al interior del vehículo, aplicándole una sustancia que lo deja absolutamente dormido.

Cuando Luis despierta, se encuentra atado de pies y manos, en un piso helado y húmedo dentro de una habitación absolutamente sellada. Amordazado y con su rostro en el suelo, solo puede escuchar voces lejanas provenientes de un cuarto contiguo.

Luis piensa:

-Estoy secuestrado. Seguramente, cuando sepan que vivo solo y que no tengo un mísero centavo me dejen ir.

Luis, ya no está bajo el efecto de la sustancia que le administraron estos tipos, pero lo que más le preocupa es, que ya es hora de su medicación.

La esquizofrenia suele acarrear patologías, donde la testosterona y la adrenalina, fuera de la medicación, pueden alcanzar índices muy elevados y letales.

El sonido de unos cerrojos pone alerta a Luis que se hace el dormido.

Alguien entra en el lugar y dice:

-Déjame ver su cara.- Dice uno de los que entró. –Este idiota no es el sujeto que tenían que traer. Les dije bien claro que el objetivo tenía ojos azules y vestía como alguien adinerado, no con ropa de cuarta como este imbécil. Ahora van a tener que volver a la puerta del banco y traerme al objetivo, antes de que los decapite uno por uno.

La puerta se vuelve a cerrar y la habitación queda en absoluta oscuridad.

Unas horas más tarde, la puerta vuelve a abrirse y dos hombres corpulentos traen arrastrando a un tipo, vestido de traje. Su rostro estaba sangrando y deliraba mientras gimoteaba por el dolor que este sentía.

Entonces, el individuo que estaba a cargo, tomó su teléfono celular y comenzó a hablar por él con la alta voz encendido.

-Escuche con atención. Nada de policías, si quiere volver a ver con vida a su marido. Quiero 300 mil dólares por la vida del perro y nada de que no tengo esa suma, porque acaban de vender la casa y se que tienen ese dinero.

En 30 minutos más voy a llamarla y le voy a decir donde tiene que dejar el dinero.-

Entonces colgó y le dijo a uno de los grandotes:

-Coloca este teléfono, así como está, escondido en el vagón del tren que va a Cañuelas. No te demores ni te mandes una cagada. Solo asegúrate que esté encendido.

Mientras los minutos pasaban, Luis comenzó a sentir la ausencia de su medicación y la euforia comenzó a hacer estragos en su psiquis.

Entonces, levantaron a Luis del suelo y sentándolo en una silla precaria frente a todos, lo comenzaron a golpear brutalmente. Su sangre colgaba de su rostro como un rio púrpura.

El gordo que golpeaba a Luis miró el rostro de aquel hombre que yacía apoyado en la pared observándolo todo y dijo:

-Ves, esto es lo que vamos a hacer con vos, si la puta de tu perra no nos da el dinero que pedimos.-

El pobre hombre comenzó a entrar en pánico y a temblar como una hoja.

Media hora después, aquel que llevaba el control de todo, apareció con otro teléfono en la mano.

- Rafa, como está la situación. Bien, parece que la perra no avisó a la policía. Ya sabes que hacer.

Entonces cortó y volvió a pedir que ese teléfono fuera destruido. Entonces dijo:

En 30 minutos más, tu mujer va a pagarnos el rescate, arrojando el dinero en un bolso desde el tren en movimiento. Si está toda la tarasca, te metemos en la camioneta y te tiramos con vida cerca de los bosques de Ezeiza. Si no, te vamos a meter en ese tacho de aceite de 500 litros con ácido y desapareces para siempre.

Entonces el gordo siguió golpeando a Luis hasta dejarlo casi inconsciente. Tomo el arma de su cintura y, apoyando el cañón sobre la cabeza de Luis, gatilló varias veces.

Todos comenzaron a reír. El arma estaba vacía, pero el impacto psicológico, hizo que Luis se orinara encima y que el hombre al que llamaban objetivo entrara en pánico.
Unos minutos después, un teléfono suena en la otra habitación. El dinero había sido pagado. Nada de policías. 300 mil dólares en efectivo dentro de un bolso. Todos estaban excitados por lo bien que había salido el plan y felicitaron al cerebro de la operación, que se satisfacía pensando en lo bien que había hecho todo.
Entonces dijo:
-Preparen el tanque. Este lugar está caliente. Tenemos dos cuerpos que hacer desaparecer antes de que la policía llegue. 15 minutos máximos.

El hombre comenzó a gritar de la desesperación y fue amordazado. Lo tomaron y lo arrastraron hacia otra parte del galpón, dejando a Luis solo, en la oscuridad. El gordo se acercó a Luis y le susurró al oído:

-Tú eres el próximo. Disfruta estos segundos de silencio.-

Entonces, aquel hombre dócil llamado Luis, se hundió en los avernos de su mente enferma. Calló en el vacío de un abismo, que lo resguardaba de aquella cruda realidad.

Y el monstruo ascendió desde su tuétano.
Cuando la policía entró en el lugar, el escenario parecía tomado de una película de terror.
El oficial al mando pidió un pre informe de la situación:

-Bien Capitán, tenemos siete cabezas colgando de una estructura que está a 10 metros de altura, en el centro de la fábrica. Todos masculinos de entre 30 y 45 años. Cinco de las cabezas tienen clavadas una docena de clavos de 3 por 12 centímetros. Seguramente usó aquella pistola remachadora para hacerlo. Las dos cabezas restantes no tienen dientes. Por la expresión post mortem de estas, parece que murieron por el dolor, mientras se los arrancaban. No hay evidencia ni rastro de los torsos de estos individuos. Tampoco hay una gota de sangre en el lugar. Es algo muy extraño Capitán.

Encontramos a Gonzales atado con cinta de embalaje en una silla en aquel cuarto trasero, junto con el bolso y los 300 mil dólares que se pagó por su rescate. El está vivo, Capitán, solo que no por mucho.-

-Sargento, ¿puede repetir y explicar eso último que dijo?- Dijo el Capitán. 

Señor. La silla donde está atado con cinta, tiene también encintada dos granadas activas. Ya fue examinado por la unidad de explosivos y dicen que es imposible sacarlo con vida.

-Está bien. Quiero a todos fuera de este lugar.-

-Señor- dijo el Sargento, -una última cosa. Esta nota estaba junto a Gonzales.-

Y la nota decía:
Denle un sedante potente al pobre infeliz y luego vuélanlo en quinientos pedazos. La próxima vez que hagan un asado, no inviten a un leopardo a comer.
Entonces el Capitán dijo:
-El caso del secuestro está terminado. Ahora buscamos a un asesino fantasma, al que le gusta matar por satisfacción personal. Es brutal pero meticuloso. El lugar está más que limpio, así que dejen de buscar y sellen todo.- Dijo el Capitán mientras encendía un cigarro y salía de aquella vieja fábrica abandonada.
-Pero señor, ¿qué hacemos con Gonzales?- Preguntó el Sargento.
-Sargento, los secuestradores acabaron con Gonzales cuando nosotros llegamos.

-Sí, ¿pero qué hacemos? 

-Que, ¿acaso no leíste la nota?-

-Ya saben qué hacer.-

                                                                               F I N

                                                                                                                ©  POR: LUIS SADRA

Comentarios

  1. Nadie sabe los fantasmas, los auténticos monstruos que moran en el fondo de nuestra psique. Simplemente estremecedor verlos salir lentamente de nuestro armario mental. Excelente.

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