El ángel en la ventana
El Ángel
en la ventana.
El viento de Buenos Aires cuenta
historias. A veces, habla con anticipado oportunismo sobre eventos que de
alguna extraña manera, encuentran la conexión en una realidad a veces ilusoria.
Esta es la historia de Francisca
Arce, nacida en Asunción del Paraguay. Traída a Buenos Aires por su madre,
Antonia Arce en el año 1953, cuando Francisca tenía solo cuatro años de edad.
Ellas se hospedaron en un hotel
cerca de donde hoy está el barrio de Retiro.
Antonia, madre soltera, como muchas
otras mujeres de aquella época, escapaban de su país con la idea de encontrar
en Buenos Aires una vida con más oportunidades.
Aquel cuarto de hotel, en el tercer
piso, parecía el lugar ideal para comenzar a escribir una nueva historia en sus
vidas. Y eso fue lo que pasó, aquel extraño 13 de Marzo cerca de las seis de la
tarde.
Ambas se recostaron vestidas en la
cama. Exhaustas por el viaje, no tardaron en quedarse profundamente dormidas.
Antonia recuerda haber sentido
murmurar a su beba y abrió sus ojos. Pero para su asombro, la niña estaba
sentada en el borde de la cama y comenzaba a bajar mientras Antonia notó que su
cuerpo estaba absolutamente paralizado.
La niña trepó a una banqueta junto a
la ventana y atraída por el sonido de la calle, se asomó sin percibir peligro
alguno, mientras su madre intentaba reaccionar.
La niña estaba por caer al vacío
desde la ventana del último piso de este complejo de habitaciones y su madre no
lograba mover su cuerpo.
La madre, sufrió lo que hoy se
conoce como parálisis temporal del sueño.
Un episodio traumático común, que
suele suceder en la vigilia, después de un sueño profundo. El cerebro segrega
una sustancia, que impide que escenifiquemos lo que soñamos mientras dormimos.
Solo que a veces, despertamos bruscamente cuando nuestro cuerpo sigue bajo el
efecto de esta sustancia y, aunque logramos ver y oír todo a nuestro alrededor,
nuestro cuerpo queda paralizado, porque aún está dormido. Si bien dura unos
instantes, este fenómeno, a veces suele prolongarse durante algunos minutos.
Fue entonces, cuando la
desesperación psíquica de Antonia la llevó a manifestar toda clase de
alucinaciones extracorpóreas. Tal es así, que cuenta haber visto una mujer
joven, de unos veinte años aproximadamente, tez oscura, con un camisón blanco y
descalza salir de la nada, tomar a la niña en sus brazos para que esta no
cayera al vacío, y luego dejarla en la cama, junto a Antonia que veía
absolutamente todo sin poder moverse.
Lo extraño es que, la joven miró a
Antonia a los ojos, le sonrió y luego trepó al banquillo y saltó por la
ventana.
Esto hizo que Antonia saliera del
trance, y mientras abrazaba a su niña junto a ella, sana y salva, se asomó por
la ventana para terminar de ver aquella escalofriante escena.
La joven yacía en el suelo, junto a
la entrada del hotel, con su mirada clavada en Antonia y esa sonrisa en su
rostro, que dejó a la madre de la niña en absoluto caos.
Cuentan que bajó los tres pisos, con
la niña en brazos y gritando para que alguien la socorriera, pero cuando salió
del hotel, para su asombro, la joven que había caído ya no estaba.
La calle se mostraba muy tranquila,
con transeúntes que solo se alarmaron por los gritos de Antonia y atrapados por
su delirante historia, que no tenía ni pies ni cabeza.
El conserje del hotel, dijo que la
madre y la niña se marcharon esa misma tarde, pero que el extraño suceso había
quedado en su mente durante algún tiempo. La pregunta que martillaba la cabeza
del conserje era: ¿por qué esta historia, que bien pudo haber sido imaginada
por Antonia Arce, había tenido tanto impacto en él?
Lo cierto es que, un año exacto
después, una joven chaqueña, que se hospedaba en el mismo cuarto donde había
estado Antonia con su beba, saltaba desde la ventana para encontrar la muerte
12 metros abajo, frente a la entrada al hotel.
Los datos relevantes: tenía puesto
un camisón blanco y estaba descalza.
Lo más raro y que jamás pudo sacar
de su mente, es que, algunos curiosos del hecho, dicen haber visto en la
ventana desde donde la muchacha saltó, a una mujer sosteniendo a una pequeña
niña en sus brazos. Cuando el conserje se acercó a la muchacha que yacía en el
suelo, esta tenía sus ojos abiertos y estaba sonriendo.
La nieta del conserje me contó esta
anecdótica historia que me imagino, poco a poco irá encontrando su propio lugar
entre las leyendas urbanas de esta ciudad azabache.
Buenos Aires tiene ese mítico viento
curioso, que al rosar con sus paredes cargadas de misterio, silba una balada
moribunda, atrapándote en su lobreguez, haciendo familiar lo desconocido. Un
bandoneón sollozante en la distancia. Un hechizado perfume de árboles de antaño,
que produce un déjà bu desolador en quienes lo perciben. Tal vez, solo la
fantasía de haber caminado por una calle inexistente, con la extraña sensación
de habernos cruzado a alguien que no parecía de esta época, nos deje pensativos;
con la mirada desorientada en la nada, y esa sonrisa cómplice que jamás respeta
tiempo ni espacio.
F I
N
© Por: Luis Sadra.
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