Crisálida


                                                                                             
Crisálida. 

Por Luis Sadra.


El solitario sendero del silencio me reclama. Un entrar y permanecer dentro de esa extraña crisálida, que se formó desde mi propio interior y que me mantiene inerte.

Sin vida, como un espectador lejano de mis propios sentimientos, sigo sin poder alterar nada, en esa realidad corrupta, que me obliga al encierro.

Cuando mi mundo se derrumbó en el vacío, tenía solo 8 años de edad.

Mi padre, estaba golpeado por una ceguera, que lo tenía recluido en su cuarto, mientras mi madre, atormentada en sus más bajos instintos, como una vieja araña, tejía su tela en todas las demás habitaciones de la casa, esperando atrapar a ese niño ingenuo sin conciencia.

Entonces la araña finamente me envolvió en su cuerda y me arrastró hasta su mundo.
En ese momento, conocí el silencio que solo la vergüenza provoca.
Y mientras estudiaba, sentado en el viejo sillón de la sala, ella se paseaba completamente desnuda frente a mí, obligándome a observar aquella lívida escena.
Cuando me besaba en las mejillas, mirándome fijamente a los ojos y no sacaba sus labios de mi cara, sabía que luego vendría ese rose de labios, donde su lengua recorría la mía dentro de mi boca, y donde terminaba tocándose, hasta hacer esos gemidos silenciosos en mis oídos, obligándome luego a besar esa mano totalmente húmeda.
Y su tela me condujo hasta el baño.
Me desvistió rápidamente y comenzó a enjabonarme dentro de la bañera. Le pregunté si íbamos a salir a algún lado, pero me dijo que la ocasión especial la íbamos a vivir juntos en mi cuarto esa noche.
El agua cálida y la suave esponja en la mano de mi madre, que recorría con suavidad todo mi cuerpo me predispuso para aquel ritual que ella hábilmente preparó.
El rose constante, derribó los muros de una conciencia que jamás llegó a forjarse, y pronto, aquello que era impuro, se desató como un infame despertar de mis propios demonios.
Con el correr de los años, mi virilidad estaba más formada, y su relación conmigo mucho más intensa.
Ella me servía de cenar en la cocina, solo para sentarse a mi lado y tocarme por debajo de la mesa. Haciéndome proposiciones al oído que mi mente desconocía, pero que de a poco, se iban tornando comunes.

En las noches, venía hasta mi cama para practicarme sexo oral, obligándome a observar con detalle sus mojados genitales, mientras yo le otorgaba mi liquido seminal.
Ya no había curiosidad en mí en lo que a sexo se refería.
El aliento de mi madre y aquellos aromas que me unían a ella tan instintivamente fueron haciéndose invisibles en mí. Adoctrinando mi mente conforme pasaban los años.
Consolidando mí mutismo y mis rutinas en aquella casa, para que ella siempre fuera feliz.
Hasta que mi voluntad se quebró para siempre.
Lo anormal era normal y lo prohibido se hizo lícito, al tiempo que mi intelecto se derrumbaba lejos de mi cuerpo.
Todo esto, que era parte de mi vida cotidiana, me obligó a permanecer encerrado en ese pequeño y desolado capullo inhumano, ajeno y desnudo al mundo que nada percibía.
Y mientras caía en el vacío, fui tragado por el silencio.
Obligado a olvidar todo sin poder cerrar los ojos.
Adormecido en todos los sentidos, mientras el amor de mi madre se convertía en un monstruo horrendo, hasta que un día, ella simplemente murió.
Entonces conocí lo que ese silencio le había hecho a mi mente.
Y creí sepultar con ella, algo de todos esos fotogramas que arrastré conmigo, pero jamás desaparecieron de mi.
Durante un tiempo, creí que podría desenterrarla de su fosa, destruir su lápida y quemar sus huesos para no tener que lidiar con el cadáver de una mujer íntimamente extraña, el resto de mi vida, pero entendí, que mientras estuviera encerrado en mi capullo, ella estaría en mi cabeza, en mis sueños todo el tiempo.
Y en medio de aquella tormenta, apareció Laura. Una mujer de infancia tranquila, más parecida a un ángel salvador. De ella tomé su bandera liberal y ese espíritu aventurero que la hacía única.
Y con ella, llegó a nuestras vidas Augusto.
Ese niño de mi sangre que parecía remontarme lejos, en la velocidad de su fuerza natural. Y me aferré a su corazón y le di lo mejor de mis días.
Seis largos años aprendiendo de él, a ser un hombre normal, que flotaba sin el peso de aquella mochila que tenía pegada al cuerpo.
Pero, con los años, Laura ya no era la misma.
Ella parecía ausente. Como si el silencio que yo impelía, la hubiera convertido en una bestia más, en este irreprimible infierno.
Y aprendí a observar todo.
A ser sigiloso.
A escuchar detrás de las paredes.
Convirtiendo los silencios en murmullos.
Mirando a través de todo, con absoluta claridad y desconfianza.
Entonces me despedí de Laura y salí a mi lugar de trabajo, temprano en la mañana. Solo que este día, no fui al compromiso. Me refugié durante unas horas en un bar y regresé sigiloso a casa.

Fui un verdadero fantasma.

Cuando llegué, allí estaba ella. De pie contra la pared. Completamente desnuda. Y ese estúpido electricista, amable, amistoso y que ahora, estaba tirándose a mi mujer, en el living de mi casa.
Y mis demonios fueron convocados. Querían abandonar mi cuerpo, para dar un toque de orden al caos que emergía en aquel lugar. Pero, cuanto más me resistía a mirar, más descubría, que toda esa escena incongruente, me excitaba.
Y me excitaba al punto de querer ver más y más.
Cuando ellos notaron mi presencia, la pasión los abandonó por completo, pero en mi, permanecía viva.
Y los conduje a la habitación y les pedí que siguieran.
Destapé una botella de Whisky y me senté en una silla frente a la cama a observar.
Había algo que no podía explicar. Sentimientos encontrados. Falsas motivaciones. Algo, que mi propia madre me había inculcado inconscientemente y que ahora estaba encontrando su propio punto más alto, dentro de mi desquiciada mente adulterada.
Mirar, fue lo que más me excitó en la vida.
Al día siguiente, sentí como si hubiera destruido aquella barrera entre Laura y yo. Como si la monotonía se hubiera esfumado por la puerta trasera sin decir adiós.
Creí que había vencido aquellos viejos temores.
Dos años más tarde, llegó el octavo cumpleaños de Augusto. La casa volvió a llenarse de esperanza y las velas ofrecían tres deseos, para mi niño perfecto lleno de vida.
Entonces, casi sin pensar en eso otra vez, llegó el día de salir de mi crisálida. El momento de destruir mis demonios para siempre. Preparado para realizar mi último vuelo.
Laura lo vislumbró desde su pequeña mente oscura, cuando salió de bañar a Augusto, con su remera húmeda pegada al cuerpo, exponiendo sus pezones endurecidos y sus manos llenas de espuma.
Y sentí como la humanidad me abandonaba.
Sentí el desconsuelo en la mirada perdida de Augusto hacia el suelo, desnudo, con su pequeño pene erecto.
Una fracción de segundo, me permitió mirarme reflejado en aquel baño.
Sentí como la vergüenza volvía a abofetearme en el rostro con mucha dureza.
Mis rodillas temblaban y todo mi cuerpo entró en caos.
Entonces tomé las tijeras largas de sobre la mesa y caminé detrás de Laura. Un solo movimiento de mi brazo dejó las tijeras clavadas en su cuello y a una mujer temblorosa por lo que estaba por venir.
Cuando volteó para verme a la cara, logre ver por un momento, el rostro de mi madre y quité las tijeras, solo para volver a clavarlas unas veinte veces más, en su delgado y carnoso cuerpo.
Y calló Laura al piso. Y mi madre con ella.
Convulsionando entre tanta sangre, como agua había pasado bajo el puente.
Miré a Augusto por la puerta que aún estaba entreabierta y me dijo:

-Papá, ¿esta todo bien?-

- Si hijo. Desde hoy va a estar todo más que bien.-

Y cuando cerré la puerta del baño, fui sometido por el brillo de aquella luz que entraba por la ventana del décimo piso, donde vivíamos. Como si me hubiera transformado dentro de mi crisálida, en ese insecto alado. Frágil, lastimado y moribundo, que solo deseaba concretar aquel último viaje, lejos del oscuro y frío silencio en el que estuve tantos años.

Y salte.
Salté por la ventana.
Arrastrando conmigo, ese pasado involuntario que carcomía mis huesos lentamente.
Y concreté, para mi pequeño mundo, aquel último vuelo.                      


                                                                                       F      I      N     
                                                                                                                                                                                                                                                                                        © Por: Luis Sadra.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

El Mago

Un Sinuoso Sendero